Al habernos educado en la cultura del esfuerzo, hemos integrado que la persona debe forzar se constantemente para superarse y mejorar.
Esta idea es un arma de doble filo porque suele interiorizar se también que somos insuficientes en todo momento, que siempre debemos aspirar a mejorar y, por ello, que estamos en falta.
Con esto, la persona se percibe a sí misma como defectuosa, incapaz o carente, pues siempre podría ser mejor, ser más hábil o dar más de sí.
Desde este lugar, la aceptación del propio ser, sin juicios, resulta casi imposible, porque desde la visión de la cultura del esfuerzo, el juicio está implícito para orientar a la búsqueda de la mejora.
Esta ausencia de aceptación y el juicio de falta o carencia afecta al estado de ánimo general de la persona, que nunca se sentirá del todo tranquila o en paz consigo.
Es importante tener en cuenta los mecanismos sociales y culturales que están afectando a la manera en que nos vemos y, asimismo, en cómo nos sentimos, pues la influencia de lo social en lo personal y la detección de la misma nos puede ayudar a conocernos mejor y, desde ese conocimiento será más fácil aceptarnos.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga Humanista especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa