La actitud de los niños como reacción a una agresión es fundamental cuando se trata de prevención de acoso. El Instituto Andaluz para la Prevención del Acoso Escolar propone una respuesta que no sea agresiva pero tampoco sea pasiva ante las agresiones para poner un límite activo al agresor y frenar la perpetuación de las agresiones hacia sí.
Entendemos que el acoso escolar como tal, suele comenzar a producirse en niños de 9 años en adelante, si se atiende a la definición más aceptada de acoso, que es: “el maltrato psicológico, verbal o físico hacia un alumno o alumna producido por uno o más compañeros y compañeras de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado”.
No obstante, para que se considere acoso, las agresiones han de ser reiteradas, pero esto no es más que una cuestión formal. La violencia escolar existe antes de que se cumplan las condiciones que encajan con la definición de acoso. Y es en estos inicios de la violencia en los que es fundamental intervenir y evitar que se llegue a lo que formalmente es conocido como acoso.
Por ello, la intervención antes de los 9 años de edad (cuando se supone que podría iniciar lo que se define por acoso escolar) y ante cualquier tipo de agresión, sería crucial para la prevención del acoso posterior.
Es decir, que si esperamos a que se produzca una situación de acoso para intervenir, estamos llegando tarde, pues el acoso se conceptualiza como tal tras la reiteración de las agresiones durante un tiempo a la misma persona. Es necesario intervenir mucho antes. Es más, yo diría que es necesario intervenir cuanto antes, mejor.
Las agresiones entre iguales se producen desde edades tempranas. Muchas veces, especialmente cuando los niños son menores de 8 años, en la conducta agresiva no hay una voluntad de dañar o someter al otro. Generalmente, cuando los niños son pequeños, la conducta agresiva suele estar motivada por obtener un beneficio propio, mantener un privilegio o lograr un objetivo personal, más que para hacer daño al otro niño.
Sin embargo, pese a que no hay voluntad de hacer daño, generalmente, es imprescindible que el adulto a cargo de los niños intervenga siempre que se produzca una agresión, por pequeña que ésta sea. Y aquí voy a relacionarlo con la idea con que comenzaba el texto que señalaba que el Instituto Andaluz para la Prevención del Acoso Escolar que propone una respuesta que no sea agresiva pero tampoco sea pasiva ante las agresiones para poner un límite activo al agresor y frenar la perpetuación de las agresiones hacia uno.
Si en las primeras etapas de la agresión, el adulto responsable no interviene, está modelando una respuesta pasiva a la agresión. Asimismo, la falta de respuesta por parte del adulto que acompaña está validando (con su silencio) la agresión y, más aun, está negando la oportunidad de mostrar con su ejemplo la reacción ni pasiva ni agresiva a la que hace referencia el Instituto Andaluz para la Prevención del Acoso Escolar.
La respuesta que propone el director del Instituto Andaluz para la Prevención del Acoso Escolar es una reacción activa asertiva ante cualquier agresión, en la que la persona agredida responde estableciendo un límite (verbalmente o con un gesto), mostrando su rechazo a la agresión a la que ha sido sometido, antes de pedir ayuda.
La propuesta es que pedir ayuda simplemente no sería suficiente, si no que el niño agredido ha de mostrar su rechazo activamente al agresor, de una manera asertiva, cuando de niños más mayores se trata.
Sin embargo, esto se modela desde la primera infancia, se aprende por observación, por lo que, en este sentido, al igual que en muchos otros, también resulta esencial e imprescindible la intervención del adulto siempre que se produzca una agresión entre iguales.
ACTÚA. NO SON COSAS DE NIÑOS
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Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal. Acompañamiento en momentos de cambio y crisis.
Asesoramiento. Terapia.
Directora de la Formación de expertas Maternidad Feliz-Crianza Respetada
Col. Núm. M26931
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