Nuestros hijos se enfadan, sienten ira y, en condiciones normales, la expresan. Se enfadan con nosotras, con otros familiares, con otros niños… Cuando algo les molesta, cuando no logran sus objetivos, cuando están cansados o tienen hambre… se enfadan.
Y expresan su enfado de distintas maneras: lloran, empujan, gritan, expresan verbalmente lo que no les gusta, gesticulan…
Cuando nuestros hijos se enfadan, a muchas madres nos sucede algo muy curioso: nos enfadamos con ellos. Incluso aunque el enfado no sea con nosotras, nos enfada que se enfaden. ¿Os ha pasado?
La expresión de ira en nuestros hijos nos genera ira. Nos sentimos molestas, incómodas, alteradas ante el enfado de nuestros hijos, ante la expresión de su enfado y, de ahí, nuestra propia emoción de ira.
De hecho, es la ira la emoción que, generalmente, nos resulta más difícil acompañar, pues nos suele desestabilizar, nos genera mucho malestar.
Una posible causa de por qué nos enfada la ira de nuestros hijos puede ser que muchas de nosotras hemos crecido negando esta emoción. Hemos sido educadas para negar la ira, para conceptualizarla como algo muy negativo que debe evitarse y esto nos hace rechazar la ira de nuestros hijos.
Pero esto va más allá, el rechazo a la ira de nuestros hijos hace que no seamos capaces de acompañarla, nos quedamos sin herramientas para gestionar la situación, lo cual incrementa nuestra sensación de malestar y nos hace sentir ira a nosotras mismas.
Tratamos de eliminar la ira de nuestros hijos desde nuestra propia ira, porque no sabemos hacerlo de otra manera. Al final, lo que logramos es que el malestar en la familia crezca y las probabilidades de que alguno de sus miembros explote agresivamente crezcan, a su vez.
Un ejemplo gráfico de esto podría ser: niño de 3 años que se enfada porque se tiene que ir del parque y prefería quedarse jugando. Llora, grita y le dice a su madre que no quiere ir a casa. La situación se prolonga varios minutos. Su madre se acaba enfadando con él, le dice alzando la voz “nos vamos ya, y punto”. El niño llora más y grita más. Se van a casa los dos enfadados.
Pero realmente es complicado acompañar la ira de nuestros hijos desde la empatía y el respeto si, generalmente, negamos la nuestra propia. Nos cuesta gestionar nuestra propia ira, reconocerla como tal, acogerla y permitirla. Tratamos de reprimirla y, cuando no somos capaces, explotamos de manera bastante incontrolada.
Desde ese punto de partida es muy complicado entender, permitir y acompañar la ira en los niños.
Es necesario, pues, aprender a reconocer la propia ira, a comprender qué procesos personales hay detrás de esta emoción, a aceptarla y gestionarla asertivamente, para poder acompañar a nuestros hijos en la gestión positiva de la suya.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal. Acompañamiento en momentos de cambio y crisis.
Col. Núm. M26931
Consulta presencial (en Madrid), por teléfono y online.
Petición de cita en: info@psicologiaycrianza.com o en el número 636 864 379.
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