Cuando nace un bebé, los padres tienen preparados un montón de objetos que creen que garantizarán el bienestar de su hijo. Entre estos artículos, la cuna siempre suele estar presente.
Los padres, al llegar a casa con su recién nacido, tienen la idea de que el pequeño dormirá en su cunita. Sin embargo, en muchas ocasiones, el bebé rechaza la cuna desde prácticamente el primer día.
El recién nacido ha pasado 9 meses dentro del útero materno, inmerso en el suave movimiento del líquido amniótico, a una temperatura cálida, escuchando permanentemente los sonidos corporales de su madre y otros sonidos procedentes del exterior.
Al nacer, el bebé se encuentra en un ambiente desconocido para él. Las sensaciones que experimenta son distintas, lo que ve, lo que oye, lo que huele, la temperatura… Todo es nuevo. Sin embargo, sí reconoce a su madre como su fuente de protección, calma, tranquilidad. Reconoce su olor, su voz… Ella es su primer y más importante referente el el mundo extrauterino.
En la cuna, el bebé está en un lugar estático, inerte, desconocido. No encuentra cerca a su referente, a su madre. Obviamente, la cuna es un ambiente radicalmente distinto a lo que él conoce, al útero materno. Por eso, muchos bebés recién nacidos no quieren estar allí.
El bebé reclama proximidad física con su madre y con su padre. Necesita sentirse seguro y protegido, y es el contacto físico con sus padres el que le ofrece esa sensación de seguridad y protección. Por eso no quieren estar en su cuna, solos.
El recién nacido necesita que se respete cierta continuidad en el paso de la vida intrauterina a la vida extrauterina. Necesita ir adquiriendo seguridad y confianza en el mundo que le rodea y éste es un proceso gradual, lento, parejo al desarrollo de las distintas habilidades evolutivas del bebé (motricidad, comunicación, afecto, cognición…).
Por lo tanto, el bebé de corta edad necesita contacto casi permanente con su madre. Si se entiende esta premisa, se comprenderá también que el bebé rechace estar en su cuna.
A medida que el bebé va creciendo y desarrollandose en los diferente ámbitos evolutivos, la necesidad de contacto físico con su figura de apego irá decreciendo paulatinamente, pasando a otras formas de relación con la misma. Pero para ello ha de permitirse al bebé desarrollarse y esto requiere tiempo.