Durante los primeros años de vida, el bebé es eminentemente sensorial. Va conociendo el mundo que le rodea desde su cuerpo, desde sus sentidos. La interacción con su entorno y con otras personas se basa, esencialmente, en el contacto.
El propio cuerpo y sus sensaciones es el origen del conocimiento de su realidad física y social.
Así, los primeros años de vida constituyen un período especialmente sensible para conocer y controlar el propio cuerpo. El bebé, además de relacionarse con el mundo a partir de él, tiene que ir, al mismo tiempo, conociendo su cuerpo y las posibilidades del mismo.
Durante la infancia temprana, el bebé desarrolla numerosas posibilidades de movimiento, aprende a conocer y nombrar las distintas partes de su cuerpo, comienza a comer alimentos de muy diversos tipos, empieza a identificar y nombrar distintas sensaciones corporales (hambre, sed, frío, cansancio…), etc. Es decir, que durante los primeros años de vida el niño va conociendo, identificando, diferenciando y gestionando sus sensaciones corporales.
Los bebés y los niños pequeños conectan con sus sensaciones físicas de un modo claro. Identifican el malestar que les genera una necesidad física no satisfecha (hambre, frío, sueño…) y expresan su necesidad a través de las habilidades de comunicación de que disponen (llanto, agitación motriz, palabras…).
Sin embargo, en edades posteriores se ven muchas personas que encuentran grandes dificultades para conectar con sus sensaciones y darles respuesta de una manera sana. Un claro ejemplo de ello sería la satisfacción del hambre o identificación de la sensación de saciedad. Otro sería la identificación de la necesidad de descanso y su equilibrada satisfacción.
Si de niños, en general, estamos conectados de una manera armoniosa a estas sensaciones y somos capaces rebuscar la manera de satisfacerlas, ¿por qué en edades posteriores nos encontramos tan desconectados?
Parte del origen de esta desconexión puede situarse en la intervención equivocada del adulto durante la primera infancia en cuanto a la respuesta a las sensaciones corporales del niño.
Claro está que durante los primeros años de vida, el bebé necesita una co-regulación con su madre. La madre ha de interpretar las expresiones del bebé para dar respuesta a sus necesidades.
Sin embargo, cuando el bebé comienza a ser capaz de comunicarse a través de gestos y, un poco más tarde, con palabras, el adulto debe ser capaz de confiar en lo que el niño le transmite sobre sus sensaciones y necesidades.
Con esto quiero decir que el adulto ha de escuchar lo que el niño expresa, creer en él, confiar y permitir que el niño se vaya autorregulando en función de la propia percepción de sus sensacionescorporales.
Así, en primer lugar, debe alimentarse al bebé cuando éste exprese que tiene hambre y jamás tratar de forzarle cuando exprese que está saciado. La lactancia a demanda y la alimentación autorregulada son una manera de hacerlo.
Del mismo modo, debe observarse al bebé en cuanto a sus ritmos de sueño y favorecer la posibilidad de descanso en función de estos ritmos personales del niño.
Asimismo, debemos ser capaces de confiar en niño y en sus sensaciones térmicas y permitirle abrigarse lo que él considere que necesita (generalmente, tendemos a querer abrigar más que lo que los niños quieren).
Por otra parte, es importante permitir al niño elegir la ropa y zapatos que desea ponerse, pues elegirá en función de sus gustos y sensaciones de confort, dando respuesta a sus sensaciones corporales asociadas.
Por el contrario, cuando el adulto trata de regular desde sí mismo las necesidades físicas del niño, sin atender lo que el niño expresa, está contribuyendo a la desconexión del niño con sus sensaciones.
Las consecuencias de esta desconexión en etapas posteriores tienen que ver, entre otras, con la incapacidad de establecer relaciones sanas con la alimentación, dificultades para responder adecuadamente a las propias necesidades de descanso, falta de habilidad para cuidar adecuadamente el propio cuerpo, etc.
Pero más importante aún es la consecuencia relacionada con la ausencia de responsabilidad personal para con su el propio cuerpo. Esta desconexión hace que depositemos la responsabilidad de atender las necesidades corporales propias en el exterior.
Así, confiaremos en consejos u observaciones de otras personas, tendencias sociales o recetas mágicas de “profesionales” más que en nuestro propio criterio sobre nuestro propio cuerpo.
Esto tiene consecuencias también en la sexualidad, pues la identificación de los impulsos sexuales y su gestión están muy relacionadas con el resto de sensaciones corporales. Del mismo modo, la identificación del rechazo hacia una interacción sexual y la satisfacción del mismo tienen que ver con la capacidad de responsabilizarse de las propias sensaciones.

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