Las profesionales que se dedican al ámbito de la maternidad suelen experimentar una presión social fuerte que a veces es más visible que en otras profesiones.
Las mujeres que se dedican profesionalmente a asesorar, orientar o acompañar a familias en procesos asociados a la maternidad o la crianza de sus hijos suelen percibir una presión fuerte por parte de su entorno a ser ellas mismas madres perfectas o ideales como aval de su valor profesional.
Es decir, las personas del entorno de la profesional, muchas veces, esperan o, incluso, exigen que la mujer profesional del ámbito de la maternidad no cometa ningún “error” en su vivencia personal, que no dude, que no sea nunca incoherente, que críe a sus hijos siempre segura, sin conflictos, sin ningún problema.
En ocasiones, incluso, las profesionales reciben por parte de su entorno el mensaje de que no valen como profesionales porque en la relación con sus hijos no son perfectas.
Muchas mujeres acaban dudando sobre su valía como profesionales o, incluso, su capacidad para dedicarse al ámbito del acompañamiento materno infantil, asimilando estos mensajes del entorno como propios.
Esto detiene el desarrollo profesional de algunas mujeres, que se cuestionan e invalidan aceptando la falsa creencia de que una buena profesional ha de ser una madre perfecta.
Esta falsa creencia es una trampa peligrosa, pues genera unas expectativas inalcanzables y, por tanto, absolutamente frustrantes.
Las profesionales del ámbito de la maternidad tienen formación y conocimientos para poder orientar y acompañar a otras mujeres, conocen técnicas y recursos para hacerlo. Sin embargo, la vida personal y las relaciones de estas profesionales con sus hijos son relaciones entre personas, con una vinculación que va mucho más allá de lo profesional y la formación que cada una tenga, en las que lo emocional y sensitivo prima sobre el conocimiento racional.
Desde esta perspectiva, la profesional, en su vida personal se relaciona como ser humano, desde lo sentimental y lo emocional. Por su puesto que su formación la ayuda a orientarse y a conocer cómo desea relacionarse con sus hijos y trabajar sobre esa relación, pero esto no quiere decir que tenga que ser todo perfecto en todo momento. Eso es un ideal inalcanzable, sería inhumano.
Lógicamente, una profesional que trabaja desde la honestidad, tenderá a poner en práctica en su vida personal los modelos que considera más constructivos. Sin embargo, utilizar los conflictos personales de la profesional para desacreditar su valía profesional es un mecanismo violento que trata de someter la autoestima de la mujer a partir de una falacia.
En mi trayectoria como formadora de profesionales del ámbito de la maternidad me he encontrado en muchas ocasiones a mujeres que han sufrido este mecanismo, viéndose muy afectadas por él.
El cuestionamiento constante al que se ven sometidas muchas profesionales ha de entenderse como una violencia sutil, a veces poco visible, pero que existe de manera bastante generalizada.
Evaluar la vida personal de la mujer desde parámetros profesionales y viceversa es utilizar parámetros equivocados para el análisis (añado aquí que, de hecho, e mero juicio sea con los parámetros que sea es violento de por sí), generando un sometimiento de la autoestima de la mujer por establecer un canon inalcanzable: “la madre perfecta”.
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