A muchos bebés pequeños les cuesta quedarse dormidos y, una vez que lo consiguen, se despiertan con facilidad. La mayoría de los bebés pequeños necesitan apoyo del adulto para dormir (que se les acune, se les cante, se de dé el pecho…). Asimismo, muchos bebés rechazan dormir en la cuna o moisés porque necesitan estar junto a sus padres mientras duermen.
Todo esto son características del sueño del bebé. El sueño es un proceso evolutivo, necesita el paso del tiempo para madurar. Por ello es recomendable respetar el ritmo de desarrollo de cada bebé.
Así pues, se hace evidente que si el bebé pequeño necesita apoyo para dormir, debe recibirlo. No tiene sentido tratar que los bebés duerman solos y seguido porque su inmadurez no se lo permite, por muchos “entrenamientos para dormir” que se apliquen.
Por lo tanto, hay que buscar los medios más cómodos para favorecer el sueño y descanso del bebé.
Uno de ellos es el uso del portabebé. Para la mayoría de los bebés, estar en el portabebé es agradable y relajante. En el portabebé, el bebé está pegado al cuerpo de su madre o padre, escuchando su respiración y el latido de su corazón. Esto aporta una gran seguridad al bebé y mucha sensación de bienestar.
Además, en el portabebé, el bebé está protegido de la estimulación ambiental (a veces, excesiva). Al ir mirando hacia el cuerpo de su madre o padre, el bebé puede aislarse de la caótica estimulación ambiental.
Del mismo modo, cuando el bebé está en el portabebé y el adulto que le está portando camina, el vaivén del caminar mece al bebé, como si se le estuviese acunando.
Por todo ello, el portabebé favorece un sueño tranquilo y reparador para el bebé, convirtiéndose en un lugar adecuado para que el bebé eche la siesta.
Asimismo, el hecho de que el bebé duerma en el portabebé permite a su padre o madre continuar con sus actividades mientras su bebé duerme sin tener que separarse de él. Así, el adulto portador puede hacer recados o sentarse al ordenador llevando a su bebé con él mientras éste duerme.