El juego de lucha es un tipo de interacción social natural, espontánea, voluntaria, lúdica y no dirigida que se produce entre niños y se basa en el contacto físico activo, grueso, fuerte. Se caracteriza por ser un juego en el que los niños que participan simulan pelear. Suele comenzar a aparecer entre los 2-3 años de edad y se mantiene casi hasta la edad adulta.
Es un juego físico, también conocido como juego rudo o juego desordenado. También aparece en algunos primates y tiene una importante función: que el niño o la cría pueda ensayar acciones de defensa y ataque en un entorno seguro, desde el juego.
Este tipo de interacción contribuye al desarrollo del autoconocimiento y gestión de la agresividad, así como al desarrollo del control de impulsos.
A través del juego desordenado, el niño conoce su fuerza, la controla, percibe su equilibrio, explora la agresividad desde el juego.
Es un juego necesario y natural en los seres humanos. Se ha visto que se produce en todas las culturas y que es más frecuente en niños que en niñas. Esto último se cree que es debido a factores hormonales y a factores relacionados con la socialización de cada uno de los géneros.
Es fundamental que, cuando se produce el juego de lucha, el adulto acompañante lo permita siempre que todos los implicados estén de acuerdo en participar. Cuando alguno de los niños implicados no quiere participar o quiere parar, es importante que el adulto acompañante supervise y garantice que el juego termine para ese niño.
El juego de lucha, cuando no es voluntario, deja de ser juego.
El papel del adulto en el juego de lucha es el de supervisar y asegurarse de que todos los implicados están de acuerdo en participar, que ninguno de ellos se siente obligado, forzado o invadido por los demás.
En el momento en que el adulto perciba que alguno de los niños participantes en el juego desordenado ya no quiere seguir, se está sintiendo incómodo o parece que no está disfrutando, es importante que el adulto observador intervenga, pregunte si todos quieren seguir con el juego y, en caso de que alguno de ellos exprese su malestar, el adulto ponga un límite al juego y proteja el derecho de ese niño de dejar de jugar.
El juego de lucha puede tener como consecuencia, en algunas ocasiones, que alguno de los niños implicados se lastime. Es importante que el adulto cuidador permita el juego de lucha, teniendo en cuenta que los daños producidos durante el mismo son consecuencia del juego, no son agresiones. Pero, recordemos, es esencial que todos los implicados participen de manera voluntaria y que esa participación se mantenga voluntaria durante todo el tiempo que dura el juego. En cuanto deje de ser voluntario para uno de los participantes, el juego con ese niño debe terminar.
De este modo, con el juego de lucha también se experimentan los propios límites, el respeto a los demás y la asertividad.
El juego de lucha puede darse también entre niños y adultos. En este caso, el juego fomenta el contacto físico entre niños y adultos, suele ser un momento compartido muy divertido y permite liberar tensiones. No obstante, en este caso es esencial que el adulto que juega respete en todo momento la libertad del niño, preserve su comodidad en el juego y controle su fuerza, equilibrándola con la del niño.
El juego de lucha contribuye a la gestión de la agresividad. En el curso online ACTÚA: recursos para el acompañamiento activo a agresiones entre niños y prevención de la violencia entre iguales, profundizaremos sobre este tema y muchos otros, con el objetivo de promover relaciones no violentas entre los niños, prevenir el acoso, proteger a los niño agredidos y acompañar en sus necesidades no satisfechas a los agresores.
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