Tras haber sufrido un aborto espontáneo, me quedo embarazada de nuevo. Esto me produce gran alegría, ilusión y alivio, pero me enfrento al primer trimestre con miedo a volver a perderlo. El segundo trimestre es más tranquilo, el miedo va aminorándose pero, al iniciar el tercer trimestre de gestación me enfrento al diagnóstico de diabetes gestacional.
Esto hace que mis miedos vuelvan a aflorar con fuerza, me siento culpable (creo que no me he cuidado lo suficiente) y mis niveles de angustia son importantes en el momento en el que me entero.
Acudo a mi ginecóloga sin cita previa, lo cual le sienta un poco mal, y le expreso mi miedo, mi gran preocupación. Ella no me atiende prácticamente en absoluto, no me da ninguna orientación ni respuesta y sólo me dice que me busque un endocrino.
Como no conocía a ninguno, buscamos en Internet uno que lo cubra mi seguro y que atienda cerca de mi casa. De esta manera, consigo cita con el Doctor A., hasta ese momento totalmente desconocido para mí.
Acudo a su consulta un par de días después, le explico lo que me ha sucedido. Le enseño mis análisis, le cuento mis miedos y angustias y él, en principio, me da una hojita de papel con una dieta y me dice que la cumpla y que vuelva 1 mes después a revisión.
Yo le pido que me vea más pronto, que un mes es mucho, que necesito que me supervise el proceso. Así que me da cita para 1 semana después. En este momento le estoy planteando mi demanda: ayuda a controlar la diabetes gestacional para que el embarazo se desarrolle adecuadamente y ayuda a controlar el miedo y preocupación por mi bebé a causa de esta patología.
Los objetivos de proceso de acompañamiento fueron: controlar la diabetes gestacional y reducir la ansiedad que me produce el padecer esta enfermedad en el embarazo por miedo a que afectase al bebé.
Así que comienza el proceso de acompañamiento. Yo acudo a su consulta semanal o quincenalmente. Él me enseña a medirme los niveles de glucosa e interpretar los resultados, me orienta sobre cómo debo alimentarme, me vigila el peso… Pero además hablamos sobre la diabetes, las posibles causas y consecuencias, mis miedos, mis expectativas, la lactancia…
En esas conversaciones en consulta, el doctor consigue que yo venza mis miedos y que controle la enfermedad por mí misma. Con su apoyo, la información que me daba y el seguimiento que me hacía, mis niveles de estrés se redujeron notablemente.
Las primeras semanas nos centramos en aprender a alimentarme adecuadamente para controlar la glucosa y evitar el incremento de peso.
Después, me enseñó a medirme el nivel de glucosa e interpretar los resultados (esto fue importantísimo para mí porque me permitía comprobar que todo iba bien, a diario, en cualquier momento).
Posteriormente hablábamos sobre la diabetes, sus causas, cómo prevenirla en el futuro… También sobre lactancia materna.
El proceso de acompañamiento finaliza cuando doy a luz a mi hija. Vuelvo a visitarle para presentarle a la niña un mes más tarde y ya no vuelvo a acudir a su consulta.
Para mí, el proceso de acompañamiento que este doctor llevo a cabo junto a mí fue muy valioso e importante. Además de controlar a la perfección mi salud sin recurrir a medicación, me dio seguridad, tranquilidad, confianza…
Además, me hizo sentir importante, comprendida, valorada… Su atención cálida, cariñosa, respetuosa y empática me parece fundamental en cualquier relación humana, pero mucho más en el ámbito perinatal.
Este hombre, médico jubilado, que atiende en su propia casa, es una eminencia de la nutrición y la endocrinología. Sin embargo trata a sus pacientes con cercanía, accesibilidad y humildad.
En cuanto a la perspectiva sociológica cultural, recibo una fuerte falta de atención por parte de la ginecóloga, que me transmite que esto le pasa a muchas embarazadas y que no merezco especial atención. Este tipo de trato duele ser la norma en nuestra cultura.
Sin embargo, el doctor sí empatiza conmigo, sí me ofrece atención especial y me sorprende gratamente el trato humanizado que me da.
La diabetes gestacional aparece súbitamente haciendo patente la función paterna que cuestiona la materialización de mi deseo de ser madre. Desde que conozco el diagnóstico, funciones materna y paterna se entremezclan en mí.
El doctor consigue equilibrar y organizar ambas funciones. La paterna, imponiéndome una dieta, un control y la advertencia de que incumplirlo es peligroso. Pero también representa la función materna hablándome de mi hija, de la lactancia, teniendo siempre presente en nuestras conversaciones al bebé como un ser real, que iba a llegar sin problemas.