En general, estamos habituadas a relacionarnos con nosotras mismas y con las demás personas desde la evaluación.
Interactuamos con la realidad y la experiencia con una posición orientada a etiquetar, clasificar y juzgar.
La relación con la experiencia y con las personas orientada a etiquetar, clasificar y juzgar me sitúa en una en una visión parcial de la realidad, cerrada a la etiqueta, que empobrece la experiencia y las relaciones. El juicio, además, añade un matiz de valor moral al análisis, que cae con carga emocional intensa tanto sobre quien lo emite como sobre quien lo recibe.
La etiqueta y el juicio promueven una visión compartimentada de la realidad, que desintegra la experiencia y nos distancia en la relación.
El juicio y la etiqueta tienen asociadas numerosas ideas preconcebidas y expectativas sobre cómo es la persona sobre la que ha recaído ese juicio.
Desde ese lugar, la relación queda marcada por la idea o interpretación de cómo creemos que esa persona es, lo cual me impide ver a la persona real. Las ideas que he adjudicado a esa persona desde el juicio que hago sobre ella me distancian de la persona real, la persona en desarrollo, cambiante, profunda que tengo ante mí.
Cuando me centro en la persona con la que me estoy relacionando, en comprender lo que siente, en conectar afectivamente con ella, sin reducirla a un juicio o etiqueta, estaré abriendo la posibilidad de acompañar el mundo interior de esa persona, amplio, en continua transformación.
El juicio nos aleja del otro y de nosotros mismos.
El juicio, la etiqueta, nos presupone papeles sociales alejados de nuestro ser que nos enmascaran y fuerzan a los demás a enmascararse, obstaculizando el desarrollo honesto de la relación.
El juicio recibido nos informa de lo que se espera de nosotras, de lo que los demás nos demandan para poder ser aceptadas.
Desde la necesidad de pertenencia y aceptación, las personas, desde la infancia, tratan de ajustarse a lo que los demás esperan de ellos, para satisfacer esa necesidad de pertenecer al grupo. A partir de este mecanismo, la esencia real de la persona se va viendo desplazada por la voluntad de ser aceptado desde la expectativa social.
Sin embargo, en una relación libre de juicios, la persona puede verse y mostrarse de una manera más auténtica, más conectada consigo misma, pues la aceptación no está condicionada al cumplimiento de los requisitos que la etiqueta o juicio imponen. La persona se sentirá aceptada por el mero hecho de ser persona. Es su naturaleza la que le otorga, por sí sola, el merecimiento de ser aceptada en esta relación.
Desde esa seguridad, el niño podrá desarrollarse conectado a su ser, sin necesidad de desconectarse para cumplir con la imposición social.
Mónica SerranoPsicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa
Formación online de expertas en acompañamiento a la maternidad consciente y la crianza respetuosa