Seguramente os ha pasado, más de una vez, el estar en una fiesta, reunión o pasando un día de ocio en el que os estáis divirtiendo, os sentís a gusto, cómodas… pero de pronto surge un inconveniente (alguien se comporta mal con vosotras, ocurre un pequeño accidente y se rompe algo, algunos de vuestros compañeros discuten…).
Cuando la reunión termina, volvéis a casa y os preguntan por la reunión, la fiesta o el día de ocio, contestáis centrando la respuesta en el suceso negativo que surgió. Quizás sucedió casi al final de la jornada o duró poco tiempo, quizá hubo muchas más situaciones positivas que negativas, pero a la hora de hacer el relato de la actividad real, nos centramos en lo negativo y es a lo que damos mayor importancia.
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Esto nos sucede a la mayoría de las personas y tiene su explicación en que una característica del pensamiento humano es el “sesgo negativo”. Esto quiere decir que tendemos a centrar nuestra atención en los aspectos negativos de todas las situaciones.
De hecho, la existencia de este sesgo se comprobó en algunos estudios en los que se utilizaban técnicas de neuroimagen, gracias a las que se pudo ver que la activación cerebral era mayor ante estímulos desagradables, atemorizantes o negativos que ante estímulos positivos.
Esto es así porque forma parte de un mecanismo adaptativo que ha permitido la conservación de nuestra especie a lo largo de millones de años. El ser humano, desde sus orígenes, ha necesitado protegerse de posibles peligros, agresiones o amenazas para sobrevivir. Por ello ha tenido que estar alerta, focalizado en los estímulos negativos para evitarlos o combatirlos. Esta tendencia cognitiva ha quedado marcada en el funcionamiento cognitivo de nuestra especie y, de ahí, la existencia del sesgo negativo.
Partiendo del conocimiento de este sesgo, debemos ser conscientes de que éste estará presente en las distintas esferas de nuestra vida, marcando el foco atencional o la situando el mayor peso a los aspectos negativos de las diversas realidades a las que nos enfrentamos.
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La manera en que valoramos a nuestros hijos
Lógicamente, el sesgo negativo está también presente en la manera en que valoramos, analizamos o definimos a nuestros hijos.
Seguramente, a nadie le extrañará la frase “Ha sacado buenas notas en todo, pero ha suspendido las matemáticas” como comienzo de todo un discurso centrado en el suspenso en matemáticas del niño en cuestión. También comentarios del tipo “Duerme bien y habla de maravilla pero come fatal” como introducción a un relato sobre las dificultades en los hábitos de alimentación de la niña.
Solemos dar mucho más peso a las dificultades y/o debilidades de nuestros hijos que a sus fortalezas y/o cualidades.
En la crianza de los hijos, este sesgo negativo es dañino para los padres, pero lo es más, incluso, para los hijos.
El sesgo negativo, que hace que los padres, muchas veces, focalicen su atención en las debilidades o dificultades de los hijos puede generar mucha frustración en los padres.
También puede provocar mucho malestar relacionado con la falta de confianza en el potencial de los hijos. Así mismo, puede asociarse a sentimientos de culpa o vergüenza.
En los hijos, el sesgo negativo de los padres tiene consecuencias negativas evidentes en la construcción del autoconcepto y la autoestima. El niño aprende a focalizarse y dar más peso a sus dificultades que a sus fortalezas.
Además, se ve afectada la percepción de propia competencia y la motivación de logro del niño.
El sesgo negativo puede compensarse. La toma de conciencia, el autoconocimiento y la reflexión son el punto de partida para ello. Además, existen varias acciones que te ayudarán a ello. Pronto, en Psicología Infantil y Crianza con Apego se publicarán artículos sobre ello.
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