La alta valoración que se le ha otorgado en la cultura occidental a la conquista de la autonomía e independencia de las niñas y niños pequeños puede tener un trasfondo económico.
La cultura capitalista moderna necesita personas adultas mano de obra dispuestas a separarse de sus bebés para cumplir largas jornadas laborales.
El entramado social y cultural que logra que tantas personas se desconecten de sí mismas para dedicarse a la producción y el consumo son complejas.
En lo que a las relaciones parentales se refiere, también hay complejas influencias culturales que se enmarcan en las violentas necesidades del capitalismo.
El sobrevalorar la autonomía e independencia de los niños pequeños, así como sobrevalorar la vinculación con el grupo de iguales por encima de sus adultos de referencia podría responder a parámetros capitalistas.
Si forzamos la independencia de los niños pequeños y su vinculación al grupo de iguales, transmitiendo esto como valor educativo y de crianza, la separación temprana y en largas jornadas de los niños y sus madres y padres será más fácil de aceptar por la sociedad en general.
Por eso en las últimas décadas podemos ver como madres de bebés menores de 1 año de edad se preocupan por la socialización de sus bebés entre iguales, siendo un reclamo publicitario de las escuelas infantiles la socialización temprana con sus pares.
Se minimiza la importancia del vínculo con las adultas de referencia para maximizar la orientación a los iguales.
Pero esto ayuda a cubrir una necesidad del capitalismo, no de las madres y padres y, mucho menos, de los bebés.
Mónica Serrano
Psicóloga Humanista