La manera en que conceptualizamos la autoestima, nos está influyendo en cómo vivimos de verdad esta relación con nosotras.
La Autoestima se ha definido de muchas maneras en psicología y es un término que utilizamos de manera cotidiana, que conocemos, que manejamos, con el que nos relacionamos: cómo tengo la autoestima, tengo la autoestima baja, cómo acompañar a mis hijos que construyan una sana autoestima, ect.
Hemos definido la autoestima, sin darnos cuenta, de la manera social que se nos transmitido, incorporando los criterios de “análisis y evaluación” que la sociedad impone.
La autoestima, este concepto general socialmente conocido y la manera en que se ha estudiado desde la psicología tradicionalmente, está asociado a la percepción de éxito, a la sensación de la propia competencia, a la percepción evaluativa de una misma.
La concebimos como la sensación que tenemos de nosotras mismas, cuando hemos evaluado y juzgado la manera en que nos vemos, es decir, nuestro autoconcepto.
Por tanto, yo tengo unas ideas sobre mí, sobre cómo soy físicamente, intelectualmente, socialmente, cómo me encuentro profesionalmente, psicológicamente y emito una serie de juicios, sobre si estoy satisfecha o no con estas formas en las que me veo y, en función de ese juicio, construyo mi autoestima positiva/negativa.
Una autoestima positiva sería el resultado de mi propia valoración positiva y una autoestima negativa sería si la valoración es negativa.
Y esto es una trampa.
Asociamos la autoestima al éxito o al fracaso. La posicionamos dependiente del éxito o del fracaso que tengamos en las distintas esferas de nuestra vida.
Esto es algo normal en una sociedad meritocrática, en la que se nos transmite que el valor que tenemos como seres humanos, el valor de cada persona, depende del éxito que tenga en los diferentes aspectos de su vida, y los criterios de éxito están socialmente impuestos.
La autoestima depende de la valoración que yo hago de mí misma teniendo en cuenta el criterio social establecido.
Entonces, estamos perdiendo, desde el principio, la posibilidad de querernos incondicionalmente, de aceptarnos a pesar del éxito, del fracaso o incluyendo éxito y fracaso, simplemente por el mero hecho de ser persona.
Propongo que le demos una vuelta a esta concepción de la autoestima: que podamos querernos, valorarnos, sentirnos bien con nosotras mismas, por el simple hecho de ser nosotras, por el hecho de ser personas…
Empezar a no juzgarnos.
Podemos evaluarnos, podemos tomar conciencia de cómo nos va en los diferentes aspectos de nuestra vida, analizar si queremos transformar cosas o no queremos, pero la autoestima vamos a intentar vivirla de manera incondicional.
Pensarás que es fácil decirlo, pero que no es tan fácil llevarlo a la práctica.
Evidentemente, no es tan sencillo, soy consciente de ello. Acompaño a mujeres para hacer este recorrido.
Yo misma he hecho este recorrido y conozco el proceso complejo que es y que no es el mismo para todas.
No somos capaces de querernos y aceptarnos incondicionalmente, sino que nos evaluamos y nos premiamos y castigamos en función de los resultados de esa evaluación y ese examen, porque es así como hemos crecido y nos han educado en las familias, en las instituciones, en las escuelas, en universidades, en empresas, en la sociedad en general.
En cualquier comunidad de la que forméis parte, generalmente, se valora la persona en función de sus meritos y de sus éxitos. Se premian los éxitos y se penalizan de una u otra manera los fracasos.
Aprendemos que es así como merecemos o no el amor y es así como conseguimos regular nuestra vida.
El mensaje oculto de la educación con estos premios o castigos es que la persona no es suficiente, no es capaz de llevar adelante su vida. Necesita premios y castigos para poder vivir de manera correcta.
Esto lo interiorizamos y cuando somos adultas, somos nosotras las que nos aplicamos estos premios y castigos; que muchas veces son emocionales, como la culpa, que es uno de los grandes castigos que nos imponemos.
Somos nosotras las que ejecutamos esta dinámica de premios y castigos, de amor condicional al éxito, hacia nosotras mismas.
Y nos castigamos mucho. Tenemos miedo a dejar de hacerlo, porque no sabemos, no hemos vivido de otra manera. Pensamos que si dejamos de controlarnos violentamente, con esos premios o castigos, nuestra vida podría desmadrarse, desmoronarse.
Necesitamos estos apuntalamientos externos y en este caso el discurso externo introyectado, para conseguir vivir una vida correcta. Si no iríamos al desastre, al no imponernos esos castigos.
Querernos incondicionalmente nos asusta.
Si yo me quiero incondicionalmente y no me castigo, no me critico, no me regaño, y no me descalifico, no me juzgo duramente, no me culpo…imaginaos vivir sin presión, sin culpa, sin autodescalificaciones, sin autoreproches, sin meternos prisa, sin presión, sin regañarnos continuamente.
Imaginaos vivir con un discurso interno amable, cariñoso, que nos dejase en paz a nosotras mismas.
Muchas personas encuentran como resistencia el miedo sostenido en la idea de que “Si yo modifico esa manera de tratarme y ese discurso interno lo convierto en amable, no haría nada. No trabajaría, no limpiaría, no cuidaría de mis hijos, no cuidaría mi salud.”
Hemos creído que somos seres defectuosos y sin el látigo del castigo no conseguiríamos vivir de una manera sana y positiva.
El desarrollo de una autoestima incondicional es complicado, pero se basa en el concepto de que podemos amarnos a nosotras mismas, a pesar de todo y con todo, con el éxito y el fracaso.
Conectemos con la posibilidad de aceptar vuestros éxitos y fracasos, dejando intacto el amor por vosotras mismas, dejándoos en paz, empezando a daros ese lugar amoroso, ese lugar que se da valor y cariño en vuestra vida, ese lugar indulgente consigo misma, sin condiciones, por el mero hecho de ser vosotras.
Mónica Serrano
Psicóloga Humanista
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