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El sentimiento de culpa aparece asociada a la percepción de que hemos hecho daño a otra persona, de que se le ha causado algún mal (intencionado o no). Es la conciencia de haber dañado a otra persona la que estimula el sentimiento de culpabilidad.
El sentimiento culpa, asociado a la toma de conciencia del daño causado tiene un componente positivo para el desarrollo de la persona y de sus relaciones sociales. Puede motivar, constructivamente, a la transformación consciente para no dañar al otro o dañarlo menos.
Sin embargo, en una sociedad en la que se educa a las personas en base a premios y castigos, la culpa se ha convertido en un sentimiento muy frecuente e intenso, muchas veces paralizante y hasta enfermizo.
Al haber sido educadas con castigos, hemos interiorizado que necesitamos de este mecanismo para poder ser personas aceptables. Hemos integrado en nuestro autoconcepto que si prescindimos del malestar que conlleva el castigo seríamos personas horribles.
De pequeñas, eran los adultos quienes nos castigaban de diversas maneras. De adultas, somos nosotras mismas las que nos castigamos.
Desde esta introyección, el sentimiento de culpa puede vivirse como un mecanismo de control interno que nos impulsa, desde el sufrimiento, a intentar ser mejores personas.
Llegamos a creer que sólo a través de sentirnos mal, llegaremos a comportarnos bien con los demás. Y es que es eso lo que se interioriza, que si una persona se siente mal, acabará portándose bien: para eso se la castiga.
Incorporamos desde pequeñas la culpa como recurso para la mejora personal desde un punto de vista ético y moral: consideramos que el malestar emocional nos va a impulsar a no repetir las acciones que nos gustaría eliminar.
De este modo, nos relacionamos con nosotras mismas con reproche, de una manera disociada en la que una parte de nosotras critica y sentencia a la otra, considerando que sin esa parte que critica y juzga, la otra nunca podría funcionar aceptablemente.
Así, inconscientemente, pretendemos crecer y ser mejores personas desde el malestar, desde el sufrimiento, y hemos aprendido a sentir culpa para ello.
La culpa nos hace presas del criterio social introyectado. Nos aleja de nosotras y desde ahí es más difícil construir.
Tomar conciencia del daño causado a otra persona desde la empatía y la voluntad de tener en cuenta al otro puede ayudarnos a crecer, a mejorar la manera en que nos relacionamos y a encontrar nuevas maneras de construir.
La culpa, sin embargo, nos enfoca en la falta, en el error, en el mal causado, lo cual dificulta el enfoque en lo constructivo, la reparación del daño, el encuentro de formas empáticas de relación.
El trabajo personal sobre la culpa, desde el autoconocimiento, la aceptación y el desarrollo de recursos basados en la empatía y la no violencia pueden ayudarnos a vivir relaciones honestas y constructivas con una misma y con las demás.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal. Acompañamiento en momentos de cambio y crisis.
Asesoramiento. Terapia.
Directora de la Formación de expertas Maternidad Feliz-Crianza Respetada
Col. Núm. M26931
www.psicologiaycrianza.com