Hay muchas maneras de evitar emociones incómodas: reprimirlas, desconectarse de ellas, bloquearse, distraerse, utilizar sustancias…
Sin embargo, lo que logramos con estos mecanismos no es más que esconder algo que tenemos que procesar y que, con ello, se va a hacer cada vez más grande.
Las emociones incómodas son esenciales para vivir. Son naturales, necesarias e inevitables.
Las emociones incómodas no son un problema en sí. Lo que es un problema es nuestro intento de eliminarlas.
¿Qué nos sucede con este tipo de emociones tales como la tristeza, el miedo, la rabia o la vergüenza?
En general, no hemos tenido oportunidad de corregulación en nuestras infancias con estas emociones.
Probablemente, cuando aparecían, nuestras adultas de referencia trataban de suprimirlas, impidiendo así la corregulación y, con ella, la oportunidad de la niña de sentar las bases de una vivencia equilibrada de sus emociones.
Aquí podría estar el origen de los bloqueos emocionales posteriores.
Además, la sociedad orientada al "bienestar permanente" en la que vivimos también influye fuertemente en esta tendencia a la supresión de las emociones incómodas.
La sociedad nos transmite que el éxito personal es estar siempre alegre y en forma, otorgando así muy mala imagen de las naturales emociones incómodas.
Nos encontramos así con muchísimas personas tratando de eliminar, bloquear y huir de sus emociones porque han aprendido que éstas son malas, peligrosas, insoportables o un fracaso.
Sin embargo, las emociones incómodas como la tristeza, el asco, el miedo o la vergüenza son esenciales para vivir.
Las emociones incómodas nos dan señales psicofisiológicas de que algo va mal, de que hay un peligro cerca, de que estamos siendo vulneradas…
Como cualquier emoción, nos ayudan a orientarnos en nuestro medio y en nuestras relaciones y, especialmente las incómodas, nos alertan de peligros, injusticias, abusos, pérdidas…
Así, cuando las bloqueamos o reprimimos estamos destrozando nuestro sistema de regulación interno, nuestra hoja de ruta, quedándonos sin orientación interior. Esto sí es un problema.
Así, el objetivo nunca debería ser evitar las emociones internas sino cómo conectar con ellas desde la seguridad, la integridad y los recursos suficientes como para procesarlas, sostenerlas y transitarlas.
Quizás nosotras, las adultas, necesitemos cierto trabajo interior para poder conectar con ellas desde la seguridad pero hemos de plantearnos qué sucede con nuestras hijas. ¿Estamos posibilitando la corregulación? ¿Sabemos sostener sus emociones incomodas? ¿Somos capaces de fomentar la sensación de seguridad y el vínculo cuando se sienten tristes, enfadadas, asustadas…?
Creo que esta reflexión personal es imprescindible cuando estamos acompañando a niñas y niños.
Mónica Serrano
Psicóloga Humanista