La mayoría de nosotras procedemos de crianzas y educaciones en las que se nos ha enseñado que hay que agradar siempre a los demás. Mantener a los demás satisfechos y contentos es más importante que cubrir las necesidades propias.
Esta este aprendizaje de complacencia al otro tiene su reflejo en el terreno emocional. Puesto que la mayoría de las personas somos empáticas, hay estados emocionales del otro que nos agradan más y estados emocionales que nos disgustan.
La tristeza y la ira son buen ejemplo de emociones que no gustan. No suelen ser agradables para quien las experimenta, pero tampoco lo son para quien las acompaña.
En condiciones normales, a nadie le agrada ver a una persona triste o a una persona enfadada. Eso lo sabemos todos. Y respondiendo a nuestro aprendizaje social de complacencia a los demás, es muy frecuente que muchas tratemos de ocultar esas emociones que no gustan a quien nos acompaña.
Tendemos a ocultar la tristeza y, más incluso, el enfado. Disimulamos de manera casi automática este tipo de emociones. Así, tendemos a no expresarlas casi nunca.
Bloqueamos la expresión de la emoción hasta tal punto que no nos permitimos a nosotras mismas sentir este tipo de emociones.
Partiendo de la complacencia al otro, llegamos a la prohibición personal de la emoción, negándonos a nosotras mismas, muchas veces, su existencia.
Esta negación se traduce en una desconexión emocional fuerte que reduce la capacidad personal de gestión de ciertas emociones, lo cual genera un intenso malestar, pues por mucho que se niegue la emoción, ésta está ahí. Y una emoción negada es una emoción que no fluye, no se gestiona y puede enquistarse.
Todas las emociones han de fluir, han de expresarse, sentirse para poder gestionarse del modo que cada uno necesite.
Conlleva un intenso trabajo personal para personas criadas con esta prohibición emocional el ser capaces de identificar, aceptar, permitir y dejar fluir estas emociones desagradables.
Por ello, habiendo experimentado las consecuencias de la prohibición emocional en nosotras mismas, es importantísimo que no perpetuemos la prohibición, que permitamos y acompañemos todo tipo de emociones en nuestros hijos.
Debemos evitar negar la tristeza. Tenemos una fuerte tendencia a minimizarla. Frases del tipo: “eso no es nada”, “no es para tanto”, “no te pongas así”, “no me gusta verte llorar”… desvalorizan la emoción, dirigiendo al niño a la negación de la misma.
Algo parecido sucede con la ira. “No te enfades”, “no te pongas así”, “las chicas no se enfadan”… invitan a la represión de la expresión de esta emoción.
Acompañar a nuestros hijos en su experiencia emocional sin juzgarlos es la manera de que se permitan todo tipo de emociones.
La clave, una vez más, está en la aceptación incondicional libre de juicios de las emociones de los demás.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa
Col. Núm. M26931
Consulta, asesoramiento, formación
Petición de cita en: info@psicologiaycrianza.com
1 comentario en «Las emociones prohibidas»
Me ha gustado mucho. Va en orientación a lo que yo considero la base del respeto: respetar, validar y aceptar las emociones propias y ajenas, y entenderlas libres de juicios y pre-juicios. Comparto