¿Por qué vivimos con la sensación permanente de que nos falta algo, deberíamos esforzarnos más, tenemos algo que resolver, no podemos bajar la guardia?
Muchas mujeres se identifican con esa sensación de vivir siempre preocupadas, de tener siempre cierta sensación de angustia, de convivir con la sensación de que no han hecho lo suficiente o que tienen algo que arreglar.
Es decir, vivimos con la permanente sensación de que debemos estar alerta, de que no podemos relajarnos del todo.
Podría describirse como un ruido de fondo que nos acompaña desde hace mucho tiempo, generándonos un malestar que soportamos casi con naturalidad.
Sería la sensación de que, en cualquier circunstancia, se podría mejorar, hacer más. En resumen, sería la sensación de que nunca se es suficiente, siempre queda algún vacío que hay que preocuparse por intentar cubrir o culparse por su existencia.
Es el hábito de enfocarse siempre en lo que nos falta, lo que podría ser potencialmente dañino, lo que creemos estar haciendo mal.
Y esto nos deja en un estado casi permanente de hipervigilancia, de angustia, de culpa y frustración.
La cuestión es ¿por qué funcionamos de esta manera?, ¿por qué nos enganchamos a pensamientos enfocados en la carencia y juicios que nos culpabilizan?
Estas cuestiones pueden explicarse, en parte, por el concepto de educación que tenemos.
El concepto generalizado de educación con el que hemos crecido y que se ha instalado en nuestra identidad está basado en la corrección a la persona. Educar sería corregir, instruir, aportar algo que al otro le falta, dirigir, controlar, convertir al otro en un ser aceptable.
Desde esta perspectiva, que es la que reina inconscientemente en el colectivo, la persona no es aceptable de por sí, si no que hay que aplicar diversos métodos correctivos para que pueda funcionar adecuadamente en su vida.
Así, a través de sermones, castigos, premios, retiradas de afecto, descalificaciones o alabanzas, se va moldeando a la persona para que se adapte al sistema.
Estos mecanismos que se aplican en todas las esferas sociales a los niños prácticamente desde que nacen, se van interiorizando y aceptando como propios.
Integramos que somos seres en falta, que necesitan castigos, sermones, instrucciones, amenazas para poder funcionar adecuadamente.
Es decir, creemos que sin castigos, sermones, descalificaciones o instrucciones no seríamos capaces de funcionar adecuadamente en el mundo.
Esto se traduce en que consideramos que sin esos mecanismos correctivos nuestra vida sería un desastre. O, lo que viene a ser lo mismo, que si nos dejamos en paz, si dejamos de sentirnos en falta, no seríamos capaces de vivir de una manera aceptable.
Así, estos mecanismos correctivos interiorizados nos llevan a estar siempre con esa incómoda sensación de que deberíamos mejorar, no somos suficientes, deberíamos cambiar muchas cosas… Es decir, con la sensación permanente de que nos falta algo, tenemos vacíos que llenar o aspectos a mejorar.
Estos mecanismos correctivos que aplicamos a una misma, en el fondo, nos dan la sensación de que, gracias a su presencia, nuestra vida está bajo control, no nos vamos a permitir caer en el desastre que tanto tenemos y que falsamente creemos que son estos mecanismos los que lo evitarán.
Así pues, inconscientemente creemos que es desde la incomodidad desde donde podemos aprender y crecer.
Nos da miedo permitirnos estar tranquilas, cómodas y sin presionarnos porque tememos que esta sensación de bienestar y plenitud nos lleve al desastre, a no hacer nada, evadir nuestras responsabilidades o perder la motivación por mejorar.
Por eso nos mantenemos en una constante sensación de insuficiencia, incomodidad o carencia. Porque tenemos la falsa creencia de que es esta sensación la que nos asegura que podamos llevar una vida medianamente aceptable.
No nos atrevemos a dejar de presionarnos, a sentirnos plenas, porque tenemos miedo a ser quienes somos de verdad, ya que hemos interiorizado el concepto de que somos seres que necesitan ser corregidos.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal.
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