En muchas ocasiones, personas que solicitan mi acompañamiento o se forman conmigo me cuentan que encuentran una gran dificultad a la hora de relacionarse con sus hijas e hijos en momentos vitales de crisis.
Se entiende el concepto “crisis” como una situación complicada, grave o decisiva que supone un cambio profundo y que conlleva consecuencias importantes en un proceso vital. Ejemplos de crisis serían una separación de la pareja, el duelo por la muerte de un ser querido, la pérdida de un empleo, tener problemas de fertilidad, etc.
Cuando una persona está viviendo una crisis, los sentimientos asociados a la crisis pueden ser diversos. Pero en muchas ocasiones aparecen sentimientos de inseguridad, miedo, rabia, tristeza, impotencia…
Las personas en crisis, experimentando sentimientos asociados a la crisis, se encuentran en un proceso personal de cambio al que tienen que adaptarse.
Este complejo estado emocional repercute, en ocasiones, en la manera en que nos relacionamos con las personas más cercanas.
Cuando se trata de relaciones entre adultos, habitualmente la persona que tiene la crisis puede explicar a los demás lo que está viviendo, cómo se siente y por qué se comporta de manera distinta, tratando de hacerse comprender.
Sin embargo, cuando se trata de la relación con niños pequeños, con sus hijas e hijos, en muchas ocasiones la persona que se encuentra en una crisis vital no sabe cuál es la manera más respetuosa de cuidar la relación.
Muchas personas a las que acompaño o que se forman conmigo, me piden asesoramiento sobre cómo relacionarse con sus hijas cuando están viviendo una crisis personal.
En general, el primer impulso de la persona suele ser intentar mantener a los niños al margen de lo que ellas están viviendo. Muchas intentan ocultar sus sentimientos, simular que no pasa nada fuera de lo normal, continuar relacionándose con sus hijos como si su crisis vital no se estuviera produciendo.
Sin embargo, esta postura no puede mantenerse por mucho tiempo. La persona en crisis está experimentando emociones distintas por el hecho de estar viviendo su crisis. Su estado de ánimo es diferente al que posee en momentos vitales más tranquilos.
Estos estados de ánimo diferentes propician que se reaccione de manera distinta a la habitual de la persona. Algunas personas están más irritables, tienen menos paciencia, están más cansadas o apáticas, se enfadan con más facilidad, lloran frecuentemente…
De este modo, resulta prácticamente imposible ocultar que estamos viviendo una situación complicada o cómo nos sentimos. Mantener el estado de crisis personal al margen de la relación con los hijos resulta impracticable.
Es en este punto, cuando las personas ven que la relación con sus hijos se está viendo afectada, cuando deciden consultar o pedir ayuda.
La mayor parte de las personas suelen percibir un deterioro en la relación marcado por más enfados, reacciones agresivas por su parte, emociones desbordadas ente los conflictos con sus hijos…
Estas personas son conscientes de que están reaccionando de manera menos amable con sus hijos que de costumbre, pero se encuentran bloqueadas a la hora de comunicarse con sus hijos por el hecho de intentar mantener a los niños al margen de su situación personal de crisis.
Sin embargo, cuando intentamos mantener ajena de nuestra situación vital a otra persona, lo que estamos propiciando es un alejamiento en la relación. No estamos siendo honestas con esa persona, estamos tratando de ocultarnos, de que no descubran lo que estamos viviendo,
En el caso de los hijos, generalmente, la intención es proteger su bienestar. Sin embargo, conseguimos el efecto contrario. Los niños se percatan de que algo está pasando, de que hay un cambio, pero no saben por qué, qué sucede exactamente, a qué se enfrentan en realidad.
Esto genera en los niños sensación de inseguridad, de no pertenencia, de inquietud. Se les está manteniendo al margen de algo importante, pero inevitablemente están experimentando las consecuencias de esta situación.
Esto supone un alejamiento en la relación, cierto deterioro.
En mi opinión, en momentos de crisis es importante, en primer lugar, que aceptemos cómo nos sentimos, que nos demos permiso para sentirnos así y reafirmemos nuestro derecho a estar en crisis, a sentir, a reaccionar.
Desde este reconocimiento en primera persona, hacia una misma, es esencial que compartamos lo que nos está sucediendo en cuanto al estado de ánimo con las personas que nos importan.
En este punto, es fundamental (especialmente cuando se trata de la relación con niños) diferenciar entre transmitir lo que siento a transmitir la información de las circunstancias de mi crisis.
Muchas veces, los niños, debido a su edad y nivel de desarrollo, no van a poder comprender a nivel cognitivo las circunstancias que rodean la crisis vital de una adulta. Así mismo, tal vez la persona no se sienta cómoda ofreciendo detalles de las circunstancias a sus hijos. Por ello, en este ámbito, podemos dosificar la información que les ofrecemos en función de su comprensión y su interés y nuestra sensación de comodidad con el tema.
Sin embargo, los niños van a conectar mucho más profundamente con el sentimiento transmitido. Aquí la limitación no existe. Por ello, es muy potente para cuidar la relación el transmitir a los niños que nos encontramos en un momento vital en el que nos sentimos de determinadas maneras.
De este modo, los niños pueden comprender qué vivencias emocionales está expermientando su persona adulta de referencia, lo cual le ayudará a ubicarse mejor en la relación y en las reacciones diferentes del adulto cuando se produzcan.
Además, permitir la conexión emocional de los niños con nosotras, mostrar nuestra vulnerabilidad, enseñarles cómo nos sentimos, darlos a conocer nuestro lado más humano, nos acerca en la relación de persona a persona, refuerza la confianza, fomenta una relación horizontal humanizada y facilita la construcción de vínculos de ayuda y cooperación.
Así pues, en mi opinión, resulta necesario explicar a las niñas las circunstancias personales asociadas a la crisis acorde a su nivel de comprensión e interés y, después, transmitir las emociones y sentimientos que estamos experimentando en esta situación vital.
Con esto, no me refiero a una conversación aislada, sino a dar visibilidad constante a nuestros sentimientos asociados a la crisis mientras esta dure. Se trata de compartir nuestro estado emocional de manera natural, también en momentos de crisis.
Para terminar, es imprescindible escuchar activamente a la niña, acompañar sus sentimientos asociados a los cambios de interacción y dar un espacio a la expresión de sus emociones.
Se trata de generar un diálogo emocional, basado en la expresión y la escucha, tanto en momentos de crisis como en momentos tranquilos, como parte de una relación sincera, honesta y cercana.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa
Col. Núm. M26931
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