Cuando nos relacionamos íntimamente con otras personas, nuestros afectos se regulan entre sí.
Conectamos emocionalmente con los demás y suele haber cierta sincronía en los afectos, como si hubiese, en cierta parte, un contagio del estado de ánimo.
Cuando se trata de figuras de apego, en la infancia, esta regulación mutua o corregulación, es imprescindible para un desarrollo emocional sano.
Para que esta regulación mutua pueda existir con la infancia, la persona adulta cuidadora ha de ser capaz de:
1. Prestar atención, observar las expresiones emocionales del niño o niña al que se acompaña.
Estar atentas y dar importancia a estas expresiones emocionales cuando aparecen es imprescindible.
2. Permitir la expresión emocional, dejar que se produzca sin ponerle bloqueos.
Frases del tipo “no llores” o “no hay que tener miedo” o “este berrinche es por capricho” son totalmente desreguladoras.
3. Sintonizar con el estado emocional del otro.
Tratar de comprender lo que la otra persona siente y alinearnos con ese estado de ánimo nos permitirá estar en sintonía, demostrar aceptación y transmitir validación.
4. Sostener el proceso e ir alineándonos con el aumento o descenso de la intensidad emocional.
La sintonía le permite sentirse emocionalmente cerca.
5. Mantener siempre cierto nivel de equilibro emocional en esa sintonización afectiva.
El equilibrio en nuestra intensidad le permite a la otra persona ir regulando la suya desde la cercanía emocional de la sintonización.
Se trata de acompañar de cerca, pudiendo sentir lo que la otra persona siente, pero con la distancia que ofrece estar viviendo el proceso desde la sintonía y no desde la experiencia en primera persona.
Así, nos regulamos mutuamente, lo cual es muy sano en toda relación afectiva y vital en relaciones de apego.
En estas experiencias de corregulación, cada persona influye en la experiencia de la otra e influye sobre ella.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga
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