Muchas mujeres me cuentan en consulta que se esconden para que sus hijos no las vean llorar.
Creen que si las ven llorar, las niñas y los niños pueden asustarse o entristecerse.
Esta creencia es normal, pues socialmente se nos ha transmitido que llorar es de débiles, de caprichosas, de exageradas… En resumen, se transmite que llorar es malo.
Sin embargo, el llanto es una reacción psicofisiológica natural que ayuda a reducir el estrés.
A través del llanto, liberamos el estrés provocado por una situación amenazante, por una pérdida o por una injusticia.
Así pues, el llanto es una estrategia natural de regulación emocional.
El llanto forma parte de la relación de cuidados y autocuidados, pues es un recurso para aliviar la tensión emocional.
Cuando lloramos delante de otras personas, estamos legitimando el llanto. Estamos autorizando nuestro llanto y el llanto del otro en nuestra presencia.
Cuando lloramos en presencia de otras personas, estamos mostrando nuestra vulnerabilidad, lo cual puede ayudar a estrechar la relación activando la compasión.
Cuando lloramos a la vista de otras personas, estamos cuestionando el mandato social represor del llanto, rebelándonos contra el sistema de bloqueo emocional que se nos impone.
Así pues, llorar junto con personas de confianza y, más aún, con nuestras hijas y nuestros hijos, es beneficioso para todas las personas implicadas y para la relación.
En el caso de llorar delante de nuestra hija o nuestro hijo, el ponerle palabras a lo que estamos sintiendo apoya el desarrollo de su comprensión del mundo emocional.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga
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