Muchas veces utilizamos el enfado como amenaza, para conseguir que otra persona haga lo que nosotros queremos. “Si no vienes a mi fiesta, me enfadaré contigo”, “Si sigues comportándote de esa manera, me voy a enfadar”, por ejemplo.
Empleamos esta fórmula entre adultos y, por su puesto, con los niños. Y otros la utilizan con nosotros. Es más, hemos crecido experimentando este tipo de interacción por parte de otros desde pequeños.
Enfadarse es experimentar resentimiento, ira, furia…. Es experimentar una emoción de malestar como consecuencia de que la acción de otro nos frustra o nos resulta amenazante, con sus consiguientes reacciones psicológicas, fisiológicas y comportamentales.
Enfadarse es natural, es una reacción sana a un acontecimiento que frustra nuestros objetivos o deseos o a una acción que consideramos de ataquehacia nosotros. Reaccionamos para defendernos, para eliminar la situación que nos frustra o amenaza.
Sin embargo, cuando a priori utilizamos la posibilidad de enfadarnos para eliminar la acción de otro que consideramos molesta o frustrante, estamos atribuyendo al enfado un sentido necesariamente agresivo. La amenaza de enfado se traduce en que el enfado va a gestionarse de manera agresiva y, por eso, el otro ha de evitarlo.
Esta fórmula es confusa y transmite mensajes equívocos sobre la ira y su gestión. Es cierto que una situación o acción puede provocarnos ira. Podríamos entender que otra persona podría provocar esta emoción en nosotros. Sin embargo, la manera en que gestionemos la ira o cómo reaccionemos a ella depende de nosotros, de nuestra voluntad.
Cuando amenazamos con enfadarnos para que otro haga (o deje de hacer) lo que nosotros queremos, estamos identificando ira con agresión, con reacción negativa o potencialmente dañina y, por ello, anulando la faceta que corresponde a nuestra voluntad, a nuestra capacidad de gestión, a nuestras posibilidades de ser asertivos en vez de agresivos.
Esto perpetúa el aprendizaje de la gestión agresiva de la ira, pues los niños aprenden que enfado es sinónimo de reacción indeseable ante otra persona, de acción dañina hacia otro, y este esquema pasará a formar parte de su patrón de ira.
Este tipo de amenazas de enfado pueden reformularse en positivo, exponiendo al otro lo que nos gusta o no nos gusta, lo que sentimos o lo que nos gustaría. Retomando los ejemplos con los que comenzaba el post: “Me encantaría que vinieses a mi fiesta” o “No me gusta cómo te estás comportando” serían reformulaciones positivas.
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal. Acompañamiento en momentos de cambio y crisis.
Col. Núm. M26931
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