Las emociones son reacciones psicológicas y fisiológicas que nos ayudan a adaptarnos a ciertos estímulos o situaciones que percibimos o interpretamos.
Sin embargo, nuestra experiencia emocional no es una respuesta directa a un estímulo o situación, si no que entre dicho estímulo o situación y la respuesta emocional interviene nuestro pensamiento.
Nuestras expectativas, creencias, esquemas mentales, influyen en la manera en que interpretamos cada estímulo, situación o vivencia, de manera que afecta a la emoción que surge como reacción al mismo.
La ira es la respuesta psicofisiológica a un estímulo o situación que percibimos como amenazante, peligrosa o que obstaculizael logro de nuestros objetivos.
Como en toda respuesta emocional, nuestras creencias influyen en la manera en que interpretamos lo que nos sucede y estas creencias pueden facilitar la reacción de ira o aplacarla.
Existen 4 tipos de creencias irracionales que potencian nuestra emoción de ira, que facilitan que interpretemos el estímulo o situación como amenazante, peligroso o que obstaculiza el logro de nuestros objetivos y, de ahí, que sintamos ira.
Puesto que son creencias irracionales, no son adaptativas, no contribuyen a nuestro adecuado funcionamiento en nuestro medio, sino que son falsas creencias que potencian el malestar emocional innecesariamente.
Estos 4 tipos de falsas creencias también están presentes en la crianza de nuestros hijos y hacen que sintamos ira ante diversas situaciones, fomentando interacciones desagradables o, incluso, agresivas, entre padres e hijos, que podrían evitarse.
A continuación se detallan los 4 tipos de falsas creencias potenciadoras de ira de manera innecesaria:
1. Dramatizar: calificar como terrible una situación dada. Valorar de manera extrema y absoluta la situación.
Por ejemplo, cuando pensamos “es terrible que mi hijo pegue a sus compañeros”, estamos definiendo la situación de una manera que se percibe como más peligrosa o grave que si la definiésemos como “no me gusta que me hijo hoy haya pegado a su compañero en el parque”, que es mucho menos amenazador hacia uno mismo.
2. Es insoportable: pensar que las situaciones son insoportables, que no somos capaces de manejarlas, de aceptarlas, nos deja en una situación de vulnerabilidad que aumenta la percepción de peligro o amenaza y potencia la ira.
Pensar, por ejemplo, “no puedo soportar que mi hija me pegue” hace que nos sintamos impotentes ante la situación, que nos sintamos incapaces de actuar, tremendamente vulnerables. Si convertimos este pensamiento en “me resulta muy desagradable que mi hija me pegue”, las posibilidades percibidas de manejar la situación aumentan, la sensación de amenaza decrece y, con ella, la ira.
3. Condenar: emitir juicios condenatorios sobre las actitudes o acciones propias o ajenas.
Cuando nos juzgamos a nosotras mismas como “malas madres” o repetimos pensamientos del tipo “soy una incompetente”, “no estoy a la altura” o “mi hijo es agresivo” o “mi hija es una maleducada”, estos pensamientos condenatorios ilustran una situación más peligrosa o potencialmente dañina que si definiésemos, de nuevo, acciones concretas, en situaciones concretas de personas concretas, como “hoy he perdido los papeles y he gritado a mi hijo” o “mi hija esta tarde empujó a otro niño”.
4. Generalizar: conceptualizar la realidad en términos absolutos del tipo “siempre/nunca”, “todo/nada” nos hace interpretar las situaciones como más amenazadora o potencialmente dañinas, lo cual incrementa las posibilidades de reaccionar emocionalmente con ira.
Un ejemplo sencillo sería pensar “mi hijo no come nada”, lo cual no puede ser cierto, pues un niño no puede no comer nunca y seguir vivo. “Mi hijo hoy ha comido tres trozos de tortilla y cuatro macarrones” sería una manera menos hiriente de describir la realidad.
La toma de conciencia de las creencias irracionales que potencia de manera innecesaria nuestra ira es una manera eficaz de manejo de esta emoción, desde la detección y reducción de interpretaciones erróneas que nos llevan a reacciones emocionales que nos pueden ser difíciles de gestionar positivamente.
Obviamente, existen situaciones en que la ira tiene su razón de ser y en ningún caso debemos pretender eliminar la ira de nuestro repertorio emocional, pues es imposible y desadaptativo. Simplemente se trata de desenmascarar pensamientos que nos limitan y dificultan, de manera innecesaria, nuestro bienestar.
Mónica Serrano Muñoz
Psicóloga especializada en Maternidad y Crianza Respetuosa. Crecimiento personal. Acompañamiento en momentos de cambio y crisis.
Col. Núm. M26931
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